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Textos cantados


Biografía musical del Rey que nunca cantó


En los años cincuenta de nuestro siglo Higinio Anglés, máxima autoridad de la musicología española de entonces, calificó a Felipe II como "auténtico mecenas de la música española". Sin duda pesaban factores ideológicos para tal afirmación, que ha sido cuestionada y matizada en nuestros días por Luis Robledo, el mejor conocedor de la realidad musical del entorno filipino. Para empezar, el rey Felipe nunca cantó, según confesó en cierta ocasión a sus extrañados cortesanos. A pesar de ello no es descabellado pretender una biografía musical del personaje por dos razones: desde el nacimiento hasta la muerte su vida estuvo rodeada por la música y él no se mostró insensible a la misma, aunque no la contase entre sus principales actividades o aficiones.

Por escasos que sean los datos estrictamente personales que hacen referencia a la música, algunos revelan aspectos de la personalidad de Felipe II que difícilmente aparecen desde otras perspectivas. Por ejemplo, aquella carta que desde Lisboa (abril 1582) escribe a sus hijas que están en Aranjuez: De lo que más soledad he tenido es del cantar de los ruiseñores, que hogaño no los he oído. Desde pequeño tuvo esta afición al canto de los pájaros y rodeado de sus jaulas viajaba de un lado para otro. Entre las músicas humanas la que pareció resultarle más cercana fue el canto llano. Asistía al oficio monástico siempre que podía y en las numerosas ocasiones de luto los monasterios fueron su refugio. Tuvo bastante afición a la danza y la practicó con bastante gracia hasta que la gota se lo impidió. Entonces pedía que colocasen su sitial en un lugar desde el que pudiese ver los pies de los danzantes. Por lo demás, cuidó la calidad de los músicos de su capilla ­destaca la protección que dispensó a Antonio de Cabezón­, subvencionó la impresión de algunas ediciones, fue dedicatario de otras, su nombre sirvió de tema musical de dos misas emblemáticas y, en todo caso, en su derredor hubo siempre una notable actividad musical, que justifica el esfuerzo que este año están haciendo estudiosos e intérpretes, del que saldrá beneficiado nuestro conocimiento del pasado musical y nuestro disfrute de algunas bellezas que dormían olvidadas.

El programa propone al oyente un recorrido por algunos hitos de su biografía escuchando músicas relacionadas con ellos de modo directo. Faltan algunas obras que serían inexcusables en semejante intento, sobre todo, algunas composiciones religiosas, por estar presentes en otros programas de este mismo ciclo. Para la elección de las obras hemos buscado siempre un apoyo documental que sería muy largo de explicitar en esta breve nota. Valgan, pues, unas mínimas acotaciones.

El vihuelista granadino Luis de Narváez subtitula la pieza Mille regretz como La canción del Emperador. No sabemos el motivo, pero la cercanía de Narváez al entorno cortesano ­maestro de los niños cantorcicos de la capilla principesca­ apoya la validez del calificativo. Nicolás Gombert, maestro de los niños cantorcicos de la capilla del Emperador, compuso el motete Dicite in magni al nacimiento de Felipe. El modelo educacional que se pensó seguir con el Príncipe, aunque después cambiaron los planes, se buscó en el que había seguido don Juan, el malogrado hijo de los Reyes Católicos. Para éste había escrito Juan del Encina los consejos morales que se resumen en el villancico El que rige y el regido. La época juvenil se ilustra con dos canciones ornitológicas. La primera de ellas es, justamente, la más famosa en su época por sus atrevidas y sugestivas onomatopeyas. Gombert hizo una reelaboración de la misma a tres voces, aunque aquí sonará la versión original de Clement Janequin. De la segunda es autor Pedro de Pastrana, maestro de la capilla principesca entre 1547 y 1555.

La boda de Felipe con María Manuela de Portugal fue acogida en toda la Península con gran alborozo. La comitiva ­y, entre otros, Cabezón­ que condujo a la Princesa hasta Salamanca fue recibiendo el homenaje de las danzas aldeanas durante todo el trayecto. El cronista especifica que después del banquete nupcial se bailaron la pavana y la gallarda, entre otras danzas cortesanas. Las de Luis Milán, las más antiguas publicadas en España, se contienen en su libro El Maestro (Valencia, 1536) dedicado al rey Juan III de Portugal, padre de la princesa. La muerte de ésta tras el parto de un varón, que fue recibido con alegría general, provocó una frustración igualmente general. De ella se hace eco Mudarra en sus Tres libros de música para vihuela (Sevilla, 1546) con un sentido diálogo en castellano y los hexámetros latinos Regia qui mesto con sabor a epitafio marmóreo.

El cronista Cristóbal Calvete de Estrella dejó una detallada narración de lo que calificó como El felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe don Felipe (1552). Por él sabemos que en un arco triunfal construido en el recibimiento que le dispensó la ciudad de Robere figuraba escrito el texto del motete Felix Austriae domus que, según parece, Gombert había compuesto en 1531 para la coronación de Fernando I como Rey de Romanos. El mismo cronista reseña la interpretación del romance A las armas, moriscote en un momento de las fiestas que se celebraron en Binche. De organizar las músicas que sonaron en el fastuoso recibimiento de la ciudad de Amberes se encargó el compositor, editor y maestro de la música municipal, Tilman Susato, que al año siguiente publicó una colección de danseries que, seguramente, recoge mucho de lo que allí se pudo escuchar.

Desde fecha muy temprana tuvo que hacerse cargo Felipe de tareas de gobierno debido a las ausencias del padre. La dignidad y el poder de Rey le llegaron tras la abdicación de éste y su retirada a Yuste (1556). En tal fecha debió de componer Bartolomé de Escobedo la emblemática misa cuyos Kyries abren la segunda parte del programa. El tema musical ­mi mi do re mi fa mi re­ está generado por las vocales del nombre real: Philipus Rex Hispaniae. Dos años antes se había casado con la reina de Inglaterra, María Tudor. En el sarao de la boda, que duró más de tres horas, la pareja real danzó unas Allemandes y el peculiar estilo de las damas inglesas al trote hizo mucha gracia a los caballeros españoles. La noticia del embarazo de la reina fue celebrada con grandes alegrías en Castilla. Cabezón, en Londres, compuso la polifonía de las Letanías pro regina gravida, única obra vocal suya conocida. Al final se comprobó que se trataba de hidropesía. El luctuoso año de 1558, en el que murieron María Tudor, Carlos V y sus dos hermanas María y Leonor queda reflejado en el programa con el tiento sobre el salmo 119, Ad Dominum cum tribularer, ejemplo de la maestría contrapuntística de Cabezón con los dos tiples que desarrollan un complejo canon a la cuarta.

La boda con Isabel de Valois, llamada de la Paz, despertó de nuevo las esperanzas del reino. Isabel, en cuya corte sirvieron el vihuelista Miguel de Fuenllana y un grupo de violones franceses, organizó numerosas y divertidas fiestas. La convivencia de las músicas española y francesa se exterioriza aquí con las piezas de Arbeau y de Cabezón, que manejan motivos musicales muy cercanos.

Joan Brudieu ­nacido, por cierto, en Francia, aunque desarrolló toda su carrera en Cataluña­ escribió su madrigal Oíd los que en la iglesia habéis nascido en celebración de la victoria contra los turcos en Lepanto. Derrota fue, por el contrario, y muy sentida la de las tropas portuguesas en Alcazarquivir, en la que murió el rey don Sebastián, el Deseado, sobrino de Felipe II. La historia circuló en numerosos romances y pliegos sueltos. La versión musical que hoy sonará fue publicada por Miguel Leitao en su Miscellanea (Lisboa, 1629). Como consecuencia de la muerte de su sobrino, Felipe asumió la corona portuguesa. En las cartas que desde Lisboa envió a sus hijas hace referencia en varias ocasiones a folías que le tocó contemplar, siempre de carácter carnavalesco y gracioso.

La boda de Catalina Micaela con el Duque de Saboya se celebró en Zaragoza (1585) con toda la pompa que correspondía a la corte del rey más poderoso del momento. Hubo danzas, como es natural, y Felipe II redactó unas instrucciones para el mayordomo de la Infanta especificando que el estilo de los saraos debía guardar la forma y orden que por acá se acostumbra. En Il Ballarino (1581) de Fabritio Caroso se incluyen algunas danzas de carácter español, más quizá en la música que en la coreografía.

La otra hija, Isabel Clara Eugenia, se casó el mismo año de la muerte de Felipe II con el Archiduque Alberto, con el que compartió la gobernación de los Países Bajos. A la pareja está dedicado el madrigal Qui, sottÕombrosi mirti, del inglés Peter Philips, músico a su servicio. Con esta pieza se abre el Secondo Libro de Madrigali (Amberes, 1603), que es el que puede verse en los atriles en el cuadro El sentido del oído de Jan Brueghel, por cuyo medio el pintor dedicó el cuadro a los archiduques. La profusión coleccionista de pájaros, relojes, armas de fuego, instrumentos musicales, etc. refleja bastante bien, creo yo, la peculiar estética sonora de Felipe II.


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