Sabio pero desdichado
A la vista del calificativo "el Sabio" con que ha pasado a la Historia, muchos que no lo conocieron personalmente se han forjado del rey Alfonso X una imagen no demasiado exacta. Los tópicos resultan muy cómodos. Su padre fue "el Santo". Su suegro "el Conquistador". Así los papeles quedan repartidos y los profesores de bachillerato se evitan complicaciones. Pero no. Nuestro amigo Alfonso -me permito la confianza porque son ya muchos años trabajando codo con codo- fue un personaje extraordinariamente normal y no tan marcusianamente unidimensional como pretende el epíteto. A él seguramente le hubiera hecho mucha gracia el apodo, de haberlo conocido, pero precisamente uno de los aspectos que su sabiduría ignoraba era el futuro, por más que esperaba vislumbrarlo a través de los astros. Ni siquiera pudo prever su futuro inmediato. Pretendió adquirir categoría de emperador, pero sus esfuerzos fracasaron. Tuvo diez hijos de tres mujeres, pero la familia, lejos de proporcionarle la felicidad, amargó los últimos años de su existencia hasta el punto de que hay quien afirma que fue el monarca castellano que tuvo una vejez más desdichada.
Tampoco hay que imaginárselo por ello tristemente filosófico, meditando sobre la caducidad de la vida. Al contrario. En los buenos momentos Alfonso se entregó a los placeres con pasión y disfrutó de cuanto un rey medieval podía disfrutar. Hizo la guerra contra el infiel y le conquistó plazas importantes. Viajó por lugares maravillosos dentro y fuera de sus reinos. Conoció hombres sabios y mujeres bellas. Se sintió centro de reuniones de gente escogida, guerreros, trovadores, científicos y nobles. Escuchó aves melodiosas, músicas refinadas y poesías magistrales. Cazó, jugó, bebió y se divirtió de mil maneras. Y, sin embargo, su mejor poema, el más sincero y palpitante, es aquél que dice (en gallego): Nada me agradaría tanto, ni el canto de las aves, ni el amor, ni la ambición, ni las armas, como un buen galeón que me alejara de este demonio de campiña llena de escorpiones, cuya espina ya he sentido en mi corazón. O sea, un rey normal, lo suficientemente sabio para darse cuenta de sus equivocaciones y lo suficientemente humano para volver a equivocarse.
Cuatrocientas veinte cantigas en busca de autor
Para escuchar algunas músicas, no todas, carece de importancia conocer el perfil personal del compositor. Para escuchar las cantigas de Alfonso X, no, porque además del compositor está el poeta o -para los que dudan de la autoría directa- al menos el planificador de toda la obra. En los trabajos publicados en los últimos años van ganando terreno las razones que apoyan una intervención directa del Rey, frente a los que defienden un patrocinio más lejano basándose excesivamente en aquella frase de la Grande e General Estoria: ...el Rey faze un libro, non porque el escriba con sus manos, mas compone las razones, e las enmienda, et yegua, e enderesça, e muestra la manera de cómo se deben fazer... Si la frase es válida para los libros de Historia, Astronomía, Derecho, etc., no lo es tanto para las Cantigas. Resulta curioso que nadie haya puesto nunca en duda la autoría de las treinta y tantas cantigas profanas que han llegado hasta nosotros sin música, y sí la de las cuatrocientas veinte con música, que son las que nos ocupan. ¿Se trata, quizá, de un problema numérico? ¿Consideran, los que así piensan, incapaz a Alfonso de una obra de tal envergadura? ¿Por qué? ¿Porque no hay en la Historia muchos casos de reyes que se parezcan a Alfonso? Esto último es bien cierto para nuestra desgracia, pero no excluye que haya habido una excepción.
W. Mettmann, autor de la edición crítica de los textos de las cantigas, ha intentado dar una respuesta razonada y ecuánime a la cuestión. Opina que hubo una cabeza rectora y organizadora -según él, el trovador gallego Airas Nunes- a quien deben atribuirse la mayor parte de los poemas. "La aportación efectiva de Alfonso", dice Mettmann, "se redujo a la composición de ocho o diez cantigas, que se destacan netamente de las demás por los temas y el estilo. Nunca sabremos en qué medida ha sido asistido aun aquí por un poeta 'profesional'. Está claro que no puede excluirse por completo la posibilidad de que el rey haya compuesto más poemas que los mencionados, pero esto parece poco probable". Yo, la verdad, sigo sin entender por qué a un señor que ha escrito, al menos, cuarenta cantigas de amor y de escarnio, se le considera dudosamente capaz de escribir sin ayuda otras ocho y absolutamente inútil para nada más. Repito: ¿sólo por el hecho de ser rey? El análisis textual entendido como si de los principios euclidianos se tratase puede dar resultados como los de aquellos tests de inteligencia diseñados para niños blancos de Chicago y aplicados en un suburbio magrebí, donde, según se dedujo, existía una preocupante oligofrenia endémica.
Hay otros datos menos filológicos y más psicológicos que señalan hacia una intervención muy directa del rey. El Libro de las Cantigas era uno de los objetos más apreciados por nuestro amigo, que lo llevaba doquiera que fuese y, en caso de necesidad y si fallaban todos los remedios de los físicos, lo empleaba, incluso, como remedio para curar enfermedades, cosa que no hacía con el Lapidario o las Partidas. Por otra parte, tras el examen de la redacción definitiva que parece estar contenida en el códice E de El Escorial, es perceptible una progresiva cercanía de los temas al rey, desde los que ocurren en lugares geográficamente alejados hasta los que le suceden a Alfonso mismo. Parece claro que en un principio el autor echó mano de cuanto tema mariano y milagrero le suministraron y, según fue agotándose este filón, recurrió a sus conocimientos más inmediatos.
No existe ningún problema para suponer todo tipo de colaboraciones, ayudas y préstamos en esta gran obra. Si un orfebre quiere fabricar un collar, no desprecia todo el oro y las piedras preciosas que los demás le puedan dar, antes al contrario pedirá las que necesite. Es probable que, si el orfebre es rey poderoso, mucha gente le proporcione al principio materiales para su collar, pero también es normal que, si pretende hacer un collar muy grande, muchos piensen que más valdría emplear esa riqueza en fines más prácticos. Algo así le ocurrió a nuestro rey con sus cantigas. Contaré la historia tal como yo la imagino.
La historia de un fracaso
Alfonso solía reunirse con sus cortesanos por la tarde, tras la comida, o de noche, tras la cena, en largas veladas durante las cuales se danzaba, se contaban chismes, se galanteaba a las damas y se cantaban las últimas trovas venidas de Provenza. Cada cual traía las muestras de su ingenio y esperaba granjearse con ellas el favor real, demostrado con dineros y bienes materiales. También el Rey participaba con sus trovas, que solían ir cargadas de puyas más o menos pesadas contra algunos de sus súbditos. "En fin", se decían ellos, "al Rey le gusta la lírica de escarnio más que la de amor, pero como es el Rey, a ver quién se atreve a protestar". Un buen día o, mejor, una buena noche Alfonso se presentó con una cantiga dedicada a Santa María. Quizá la que comienza Rosa das rosas. La respuesta de los cortesanos fue unánime: "Majestad habéis estado soberbio. Qué maestría, qué belleza. Además, sólo hay una dama que se merezca que los reyes le dediquen cantigas: Santa María". De paso evitaban verse expuestos a las frecuentes mofas del monarca. Alfonso tomó buena nota y, para asegurar su éxito, prometió reunir cien cantigas, como un gran rosario. Todos se ofrecieron a ayudarle en tan caballeresca empresa. La máquina se puso a funcionar. En los meses siguientes unos le contaron historias que sabían de su tierra, otros le trajeron libros provenientes de tal o cual santuario, otros le tararearon melodías, otros le dieron la letra y la música ya compuestas y casadas. Por supuesto, también él pasó largos ratos componiendo las que serían la primera y la centésima, y un prólogo en el que explicaría en verso por qué hacía todo aquello y, ¿por qué no? otras más. Rápidamente fue ordenando la colección y alcanzó la centena cuando aún le quedaban en carpeta asuntos la mar de interesantes. Entonces anunció que iba a continuar. Aplauso general. A todos les pareció de perlas. Pero cuando llegó a las doscientas y expresó su propósito de seguir con la colección, parte de los contertulios empezó a mostrar desinterés. No digamos cuando repitió que seguiría adelante después de completar las trescientas. El malestar de la mayor parte del público se hizo ya manifiesto y de algún modo llegó a oídos del rey. Éste, sin embargo, continuó tenaz hasta las cuatrocientas casi totalmente aislado de su público. Porque, además, -todo hay que decirlo- durante el tiempo transcurrido entre la primera y la cuatrocentésima casi todo había cambiado en el entorno de aquel trovador: sus posibilidades de ser emperador se habían esfumado, sus hijos -y aun sus nietos- se le habían subido a las barbas, las damas ya no lo encontraban tan interesante, el reino había sufrido graves crisis económicas, los trovadores habían emigrado a otras cortes con más posibilidades de medro, la moda de la devoción mariana había perdido intensidad... Y, sobre todo, él se había convertido en un viejo esclerótico y un tanto amargado.
Aunque esta fantasía pueda parecer más una patraña que una historia, se basa en datos que las mismas cantigas ofrecen, pero ocurre que somos pocos los que nos las hemos leído enteras y despacito (y aun sospecho que debo haber sido el único músico que lo ha hecho). En la cantiga 59 aparece la expresión Se me quiserdes oyr. Se trata de un latiguillo juglaresco para comenzar una historia. Vemos otra expresión similar en la 78: Meus amigos, rogo vos que m' ouçades. Un se ooyrdes hay en la 84. Lo significativo no es que aparezcan estas expresiones tópicas, sino su escasez. Mucho menos frecuentes son en la segunda centena, donde sólo registro un par Deus, oyde, varones en la 199. Pero todo cambia en la tercera: amigos, ben m' ascoitade (214), en com' agor' oyredes, se esteverdes calados" (!) (233), com' agora oyredes, se quiserdes ascoitar (236), parade mentes ora... e se m' oyr quiserdes e parades festença" (241), e por Deus, meted' y mentes e querede-o oyr... e porend' or ascoitade (249), "e por Deus, parad' y mentes e non faledes en al (!) (266), "vos rog', ai, amigos, que o queirades oyr" (295), vos rog' ora que ouçades (297) y e de mio oyrdes vos rogaria de bona ment'. Y al llegar a la 300 el corazón de Alfonso explota ante su dama en una queja contra todos los que le rodean:
... do que diz a maa gente
porque sono de seu bando
e que ando
a loando
e por ela vou trobar...
porque me tan mal gradecen
meus cantares e meus sones
e razones
e tençones
que por ela vou filar,
ca felones
coraçones
me van porende mostrar.
En la última centena contabilizó no menos de veinte expresiones de este tipo. ¿Se debe a mera casualidad tal progresión en el empleo de un tópico? Para mí, desde luego, no, sino que es una demostración bien palpable de lo cercano que está Alfonso al proceso de elaboración de las Cantigas de Santa María. Más aún, a través de estos datos conocemos un rasgo biográfico que deshace la impresión de bloque monolítico que produce una obra de la magnitud de las Cantigas. No es una mera acumulación de materiales tomados de aquí y de allá, sino una obra bastante personal, más de lo que suelen afirmar los eruditos, y en la que el Tiempo ha impreso su huella. Mirándolas con estos ojos, las Cantigas se muestran como un cancionero tan personal de Alfonso y María como los escritos de Petrarca para su Laura o los de Dante para su Beatriz. Al final del Prologo Alfonso expresa su creencia en que todos trovarán a Santa María cuando sepan los premios que a él le ha dado. En la cantiga 270, por el contrario, suena una pregunta angustiosa: Decid, trovadores: ¿Por qué no hacéis cantigas a Santa María? La respuesta queda flotando elíptica: "Porque vemos cómo te ha ido a tí". En la distancia entre esos dos puntos se desarrolla la historia de un amor cuyo epílogo se va retrasando cada vez más, aunque está escrito casi desde el principio.
Por alegría y placer
Pero sería erróneo considerar estas músicas sólo como reflejo de un fracaso vital, porque, como siempre, la verdad suele tener dos caras. La fuente de la que surgen las Cantigas y el objetivo que persiguen es el mismo: la alegría. Así lo afirma Alfonso en otro lugar: Dixo Salomón que tiempos señalados son sobre toda cosa, que convienen a ella e non a otra, así como cantar a las bodas et plañer a los duelos, ca los cantares non fueron fechos sinon por alegría, de manera que reciban dellos placer et pierdan los cuidados.
El trovador Folquet de Lunel llamó a Alfonso "rey a quien todo el año placen la alegría y el solaz". Bertrand d'Alamanon dijo en una canción: "Señores, quedad con Dios, pues el que vive siempre enfadado vale menos que si estuviera muerto y al rey castellano le agrada que me dirija a su reino, donde se me devolverán la alegría, el canto y el placer que en otro lugar no recuperaría". Guiraut Riquier, que tantos años pasó en la corte alfonsí y tantos regalos recibió, afirmaba: "La juglaría fue inventada para mover a los buenos hacia la alegría y el honor; es agradable oír tocar los instrumentos a quien sabe, pues consigue dar alegría; por eso los nobles quisieron tener juglares y aún los tienen los grandes señores".
En las propias cantigas encontramos expresiones del tipo cantand' e con alegria (8), e viu santos e santas muit' alegres, que cantaban saborosos cantos (54), e fillaron-ss' a cantar con gran alegria (94), e mui leda cantando (251), todos con alegria cantand' e en bon son (270) ... Tal es el estado anímico con el que estas obras se deben escuchar e interpretar.
Porque el paciente lector no debe pensar que me he olvidado de que escribo sobre Música y no sobre Historia o Literatura. Pero quizá es mejor esto que contar las peculiaridades modales y rítmicas de estas melodías o, lo que sería peor, iniciar al oyente en los abstrusos problemas de la notación alfonsí y en las horas que los musicólogos llevan invertidas infructuosamente para transcribir la "plica", un pequeño rabito que aparece en algunas notas y que, puesto allí para guiar al intérprete de entonces, al de ahora muchas veces le sume en un mar de confusiones. Estamos rodeados de dudas: ¿Qué criterios de transcripción utilizar? ¿Qué voces y cuántas? ¿También instrumentos y cuáles? ¿Con qué estilo interpretativo? ¿Qué tempo y qué carácter? ¿Deben hacerse preludios? ¿Y bordones? ¿Se podrían bailar estas músicas? Y para colmo: ¿Se dice "cantigas" o "cántigas"?
A todas estas preguntas, que cualquiera puede hacerse y nosotros nos hemos hecho, intentamos dar respuesta clara y sonora durante el concierto. En todo caso intentamos que el oyente reciba alegría y placer, y esto es lo más importante en las Cantigas de Alfonso X. Desconfíen de las versiones tristes.
Pepe Rey
Página principal | El Grupo SEMA | Artículos | Conciertos | Contacto |